27 de diciembre de 2014

Una enorme e inolvidable lección

Había un espacio grande y vacío. Un sonido constante y sordo de fondo. El circuito de la calefacción se parecía al ruido sucio de una galaxia lejana. La ausencia que circulaba entre las sillas contrastaba con las estrellas dibujadas en los grandes ventanales. Nadie. Y había un peligro inminente, constante también, del que no se conseguía hablar. Había que esperar. No se podía hacer nada frente a aquel espacio que no alcanzaba su objetivo de ser cercano. Allá abajo, tras los cristales, alguien se afanaba en sus cosas hasta transformarse en una mancha diminuta que cruzaba entre las estrellas y luego desaparecia. Y en ese lugar, recibí una de las mayores lecciones de dignidad y de atención, una enorme e inolvidable lección de agradecimiento a pesar del silencio sucio que suele producir el miedo. Una lección que solo se puede ofrecer cuando lo único que se pretende es vivir. Una enseñanza que se puede apreciar si es observada desde muy cerca: el ejemplo del combate leal y sin dramatismos. Una estrella callada viajando hacia su galaxia. A través de todos los sonidos, de todas las voces, porque todas son ella misma y en ellas aprende a reconocerse.