4 de diciembre de 2014

Fértiles, desérticas

Vino hasta mi de manera imprevista. Llegó y lo atravesó todo. Unos segundos después no consigo recordar casi nada. Solo que dijo algo con palabras que no logré comprender, imposibles de entender en realidad. Otra lengua, un idioma que no es de ningún país. Me rozó y desapareció. Dentro, cerca del agujero por el que el nervio se comunica con lo que está fuera. El bosque. Un buen lugar para hacer un nido, pensé. Tal vez algún día, dijo. Todo sonidos difíciles de conectar. Ahora, es posible que sepa algo más. La memoria.

De pronto: no es la primera vez. Algo de esto ya lo he conocido. Por ejemplo, una mañana, mientras desayunábamos apenas separados de la niebla, todo lo que podía emitir calor estaba encendido, aún casi dormidos, la vida por delante, escuché su voz al fondo del pasillo, antes de ver a quien pertenecía.

Lo que no pertenece a ningún país se reconoce bastante rápido. Es de una tierra extranjera, cercana, son las tierras altas o las que mezclan el río con el mar, las que juegan a un sutil intercambio de sal y pasan de tierras fértiles a desérticas, tal vez en unas horas.

Lo guardo casi todo. También esto. Los papeles que indican las rutas por las que tal vez se podría regresar. La memoria. Sin presente.

El intercambio de la sal.