28 de mayo de 2014

Entre los árboles

Denys Finch-Hatton no tenía otro hogar en África que la granja. Vivía en mi casa entre safaris y allí tenía sus libros y su gramófono. Cuando él volvía a la granja, ésta se ponía a hablar; hablaba como pueden hablar las plantaciones de café, cuando con los primeros aguaceros de la estación de las lluvias florecía, chorreando humedad, una nube de tiza. Cuando esperaba que Denys volviera y escuchaba su automóvil subiendo por el camino, escuchaba, al mismo tiempo, a las cosas de la granja diciendo lo que en verdad eran. Era feliz en la granja; venía sólo cuando quería venir, y ella percibía en él una cualidad que el resto del mundo no conocía, humildad. Siempre hizo lo que quiso, nunca hubo engaño en su boca.

Así comienza el capítulo que Karen Blixen le dedica.

Esta mañana leo una entrevista con Marina Abramovic. Nunca he sentido muy cercanas sus performance pero hoy he copiado una frase de esa conversación: Yo quiero morir sin miedo, consciente y sin rabia, porque veo que la gente se va con estas sensaciones dentro.

Por la noche, volviendo a casa, detrás de un gran cristal un buho está parado y observa fijamente la calle. No mueve los ojos, aparentemente claros, ni apenas el plumaje que por momentos brilla y se agita como las hojas de un álamo. Un ave preciosa que esta noche debería lanzar su voz y repetirla una y otra vez hasta que salga a cazar la estela de calor de algún animal. Pero no lo hará. Está muerto.

Volví al pensamiento de Marina Abramovic. El vuelo del buho sobre los grandes bosques. Toda una vida para poder marcharse sin miedo y sin rabia, consciente.

A través de los huecos que crecen entre los árboles.