20 de febrero de 2015

Audacia, claridad y hablar con franqueza

Nos sentamos en casa, solos,
pegados al silencio
como avispas contra el cristal de la ventana.

El primer libro del año fue Conjeturas y esperanza, de John Burnside, a quien pertenecen estos versos. Fue un precioso regalo y así lo sigo leyendo.

Sé rápido cuando enciendas la luz
y podrás ver la oscuridad
es lo que decía mi padre:

Desde entonces muchas palabras, líneas enteras, permanecen calladas. O borradas. Fueron escritas al atardecer y al volver a casa no fui capaz de identificar las palabras entre las líneas de mi mano. Las dibujamos, yo también, cuando subimos, cada atardecer, a limpiar de hojas y tierra el pequeño manantial que, de manera increíble, sigue arrancando al interior de ese lugar un hilo de agua con el que regar. Otra vez más subimos a limpiar la fuente.

Hay un hombre hablando de una manera intensa y cálida, con un tono de voz en el que te entrega las palabras. Escucho una entrevista con el fotógrafo Emmet Gowin, casi cincuenta años fotografiando los mismos temas y lo escucho hablar con la fuerza que ofrece la sorpresa. Nada está perdido parece decir:

Cuando nos conocimos, no teníamos ninguna idea acerca de la vida
(dice del encuentro con su mujer, cincuenta y cinco años juntos)

ó

Están en la noche, me gustan porque salen de la oscuridad
(hablando de algunos insectos).

Ayer leí una noticia muy triste:
Oliver Sacks se despide en una carta en The New York Times, porque sabe que apenas le quedan semanas de vida. Tiene ochenta y un años.

Ayer también pasaron más cosas, algunas ni sabría nombrarlas, simplemente sé que pasaron sobre mi. A mi lado su libro Alucinaciones. Cerca, algunos otros. Pienso en como habla en ellos de la adaptación que hay tras la enfermedad, en la readaptación del cuerpo, del cerebro, de la manera de entender y de no entender el mundo.

Siento agradecimiento hacia Oliver Sacks.
¿Cómo se puede sentir ese cariño y agradecimiento hacia alguien desconocido por completo y lejano en casi todo? Leyendo El hombre que confundió a su mujer con un sombrero o Un antropólogo en Marte, tuve la sensación de bucear en unas aguas turbias, de un verde profundo, inundadas de una vegetación que se mecía a los vaivenes del agua. Nadaba en un lugar empeñado en no mostrarse abiertamente, al tiempo que no te dejaba escapar. Un paciente tras otro, una manera tras otra de entender y vivir la enfermedad, la compasión, la cercanía, la normalidad en los episodios más brutales y anormales. Y en cada página sentí el empuje suficiente para seguir, para no abandonar, casi como un cuerpo que desde cerca te indica por donde continuar.

Me encuentro intensamente vivo y quiero y espero que el tiempo que me quede por vivir me permita profundizar mis amistades, despedirme de aquellos a los que quiero, escribir más, viajar si tengo la fuerza suficiente, alcanzar nuevos niveles de conocimiento y comprensión. Esto incluirá audacia, claridad y hablar con franqueza; trataré de ajustar mis cuentas con el mundo. Pero también tendré tiempo para divertirme (incluso para hacer alguna estupidez).

Es parte de su carta publicada en el periódico.

Y esos son los temas de sus libros.

Como seguir vivos mientras salimos de la oscuridad, la misma que hace brillar unas líneas de luz tan finas que parecen insectos.