23 de julio de 2014

El silencio de la fuente

Dejarse atravesar.
La luz blanca, todo dentro de ella.

Leo lo que anoté hace algo más de un año:
"¡Así no es posible ser un ermitaño", exclamaba algunos días, harto de que, por encima de la urgencia de mis proyectos personales terminase siempre viviendo al ritmo de mis vecinos y de sus necesidades. Ahora pienso que ser ermitaño consiste en querer ser ermitaño, al igual que ser creyente no es en el fondo otra cosa que querer creer. No hay acción que no encuentre dificultades, y ello porque para vivir un oficio, cualquiera -también el de creer- hay que atravesar su imposibilidad.

La vida espiritual es, en último término, la confección y puesta en marcha de una disciplina, la verificación de su imposibilidad, la necesidad de construir otra, su nuevo derrumbamiento y, en fin, una nueva construcción, nunca definitiva.

Fragmentos de El olvido de sí, de Pablo d'Ors.


El silencio de la fuente.

21 de julio de 2014

Dime que traes en los ojos

Fuera croan las ranas.

En una carretera más que secundaria recojo la cuenta de un café y veo un precioso árbol dibujado en el inicio del papel que acaba de imprimir la caja registradora. Debería ser un castaño porque el café se llama O Castañeiro, pero más bien parece un baobab, un árbol de Saint-Exupéry al que han querido dibujar frondoso y con castañas en su interior. Es un árbol de la infancia.

Que un café-restaurante dibuje un castaño como un baobab solo puede ocurrir aquí, en este local que regenta doña María Florinda (que además lo dice también esta fatura simplificada).

El interior está lleno de voces y es oscuro. Dan comidas pero todo el mundo ha terminado ya de comer. Fuera, un gran toldo verde protege las mesas rojas que son un regalo de quien le vende el grano de café. Pienso en Angola, en Un día más con vida de Kapuscinski. O Castañeiro parece un local africano.

Un buen café en este lugar cuesta cincuenta y cinco céntimos. Y si tú mismo llevas la pequeña taza lo puedes tomar bajo el toldo verde y sorberlo mientras, con mucho cuidado, no haces nada.

El diez de marzo de 1995, lejos, compré otro libro de Miguel Torga: Rúa. Y no he comenzado a leerlo hasta que no entré en el país de O Castañeiro. Y ahora avanzo por las páginas sin poder detenerme, sin querer hacerlo (y me fuerzo a dejar algo para mañana).

Tal vez haya ranas también. Incluso golondrinas y vencejos sorbiendo a bocaditos el agua de la piscina cuando ya no quedan bañistas. Veloces y precisos como siempre. Diecinueve años parece que necesitó la memoria (¿quien se lo cree?)

Ahora no puedo dejar de leer estos cuentos, todos tristes, todos melancólicos, todos cincelados en una roca, tallados como una arquitectura sin la más mínima floritura. Todo cierto. Nada fácil. Todo lo humano está aquí: una casa que podemos habitar.

Diecinueve años después leo el libro que compré porque tú te habías enamorado de sus Bichos, en especial de los que nacen de un estercolero (que es como lo dice Torga). Y yo no pude ya ni empezarlo. Y comenzó a rodar de caja en caja, ocupando los últimos lugares. Sin luz.

Dime que traes en los ojos (algo así pregunté).

Paraste a preguntar la dirección para ir a un pueblo que empezaba por P y un tipo que iba a trabajar en el campo te lo explicó con una delicadeza de buen dibujante, y luego te dio la mano arriesgándose a acercarla en solitario al cristal porque las tuyas solo estaban en el mapa.

En los ojos traes un viaje luminoso que, como siempre, te hace feliz a la vez que puede ser el último. Traes las tierras con olivos y el inicio de las dehesas, los árboles a los que se les quita la piel. Y la tierra, a veces gris y a veces un poco rojiza.

Un día más con vida para ver este baobab. Solo por eso puede que valga la pena observar el castaño lleno de puntos blancos que no son castañas sino joyas africanas aún sin tallar. Por eso brillan al mirarlas.

Por último
luego de las últimas formalidades contables y en el extremo contrario al baobab, la carta que venía con el café decía:

Volte sempre

15 de julio de 2014

¿Entonces qué?

Si un hombre atravesara el Paraíso en un sueño, y le dieran una flor como prueba de que había estado allí, y si al despertar encontrara esa flor en su mano... ¿entonces qué?

Algo sobre el recuerdo, la presencia, la memoria, las imágenes que vienen con uno luego de atravesar un paisaje al que uno no sabría regresar, tal vez porque nunca existió.

Encuentro en una cita el pequeño relato de Coleridge y quiero anotarlo aquí. 

8 de julio de 2014











Uno de los finales. Dedidí empezar por uno de los finales.

El inicio

Tal vez yendo hacia atrás las cosas encuentren su sentido y pueda escribir algo sobre esas preguntas que me hiciste. Este podría ser un buen lugar, al menos las montañas seguirán allí.

Entonces, solo quería mirarlas

7 de julio de 2014

Luego de un viaje largo

Le dije que comprendía lo difícil que era volver la espalda a algo, alejarse sin envenenar el manantial. Y por primera vez en muchos meses giró la cabeza, un poco el cuerpo, y me miró. Clavó sus ojos como si acabase de escuchar lo que ya no aguardaba oir.

Los últimos días, solo a ratos parecía mantener el hilo de la conversación. Y cuando eso ocurría apenas pronunciaba un monosílabo.

Pero ahora, de pronto, parecía querer decir algo. Parecía haberse roto la fina capa que lo protegía y lo condenaba. Por aquel entonces, en un país del que ya sabía que no iba a salir, y sintiendo una voz que parecía adormecer sus sentidos, todo lo que fuera a decir tendría un sentido especial porque las ambiciones, incluso las esperanzas, se habían acabado. No habría viaje de vuelta.

Lo primero que dijo fue:
No hay esperanza

Y lo segundo fue:
Nos vamos a morir, tú también. Así que, ¿qué quieres hacer mientras tanto?, ¿por qué quieres hacerlo?, ¿haras daño a alguien?

Luego pronunció algunos sonidos que no conseguí entender. Parecía estar ascendiendo una montaña invisible y difícil. Yo tenía a mi lado un cuaderno para anotar lo que decía, pero esas líneas quedaron en blanco.

Algo después, continuó:
Si piensas en que desaparecerás, en tu muerte, en que puede no quedar nada de ti, lo que respondas a lo que te dije antes es quien lo decidirá todo. Hace tiempo creía otras cosas, tú conoces algo de lo que ambicioné, de lo que perseguí antes de que todo hubiese desaparecido. Estar aquí, fuera del mundo, frente a esta luz que siempre es invierno cambia algunas cosas. Pero tú aún tienes algo de tiempo, así que piensa bien desde donde caminas.

Al rato quiso volver a la cama. Sentí que había hecho un gran esfuerzo por seguir el hilo de aquellas palabras y por decírmelas luego de días casi en silencio. Acababa de enviar un mensaje a las profundidades que él había cavado con sus manos, con su cariño en otro tiempo.

Cuando regresé al hotel imaginé el fondo del mar, pensé en los diminutos cristales de hielo, en el encuentro de un río y el mar, en su voz cuando era joven y le gustaba ponerse una camisa blanca, en los bancos de madera debajo de los árboles frutales, en sus rodillas, en mis manos pequeñas. Pensé en el olor de su cara recién afeitada, en su pelo, en las pocas palabras que había y en lo que traían en su interior. Pensé en la despedida, en cuando todos lo buscábamos sabiendo que tardaríamos en dar con él. Y en que quería tener una respuesta para sus preguntas.