28 de mayo de 2014

Entre los árboles

Denys Finch-Hatton no tenía otro hogar en África que la granja. Vivía en mi casa entre safaris y allí tenía sus libros y su gramófono. Cuando él volvía a la granja, ésta se ponía a hablar; hablaba como pueden hablar las plantaciones de café, cuando con los primeros aguaceros de la estación de las lluvias florecía, chorreando humedad, una nube de tiza. Cuando esperaba que Denys volviera y escuchaba su automóvil subiendo por el camino, escuchaba, al mismo tiempo, a las cosas de la granja diciendo lo que en verdad eran. Era feliz en la granja; venía sólo cuando quería venir, y ella percibía en él una cualidad que el resto del mundo no conocía, humildad. Siempre hizo lo que quiso, nunca hubo engaño en su boca.

Así comienza el capítulo que Karen Blixen le dedica.

Esta mañana leo una entrevista con Marina Abramovic. Nunca he sentido muy cercanas sus performance pero hoy he copiado una frase de esa conversación: Yo quiero morir sin miedo, consciente y sin rabia, porque veo que la gente se va con estas sensaciones dentro.

Por la noche, volviendo a casa, detrás de un gran cristal un buho está parado y observa fijamente la calle. No mueve los ojos, aparentemente claros, ni apenas el plumaje que por momentos brilla y se agita como las hojas de un álamo. Un ave preciosa que esta noche debería lanzar su voz y repetirla una y otra vez hasta que salga a cazar la estela de calor de algún animal. Pero no lo hará. Está muerto.

Volví al pensamiento de Marina Abramovic. El vuelo del buho sobre los grandes bosques. Toda una vida para poder marcharse sin miedo y sin rabia, consciente.

A través de los huecos que crecen entre los árboles.

27 de mayo de 2014

Su oscuridad y su resplandor

Leo Memorias de África de Isak Dinesen (Karen Blixen, y no sé cual de los dos nombres me gusta más), luego de casi terminar sus Cartas de África. Dos piezas importantes en la historia de una mujer que rebosa belleza y libertad, también soledad.

El libro avanza, las descripciones de África, la vida en la granja, el modo de vida de los nativos y las sorpresas de ese mundo desconocido, sus dificultades... pero todo da un giro en emoción, en intensidad, cuando comienza el capítulo dedicado a sus amigos: a las amistadas, hombres y mujeres, que la visitaban en su granja y con quienes vivió momentos de una gran felicidad.

No eran miles de amigos, apenas cita a cinco o seis personas y a cada una les dedica un espacio y su cuidado: su amistad inquebrantable y su humor. Gente con una luz interior, grandezza, una salvaje esperanza, así habla de ellos.  

Con la botella y la copa frente a él, el rostro tranquilo y radiante, un hombre gordo, en paz con el mundo y confiado en el diablo, con ese sello de limpieza que tienen sus discípulos con preferencia a los del Señor.

Ella deseando alejarse siempre de la granja y los amigos queriendo siempre recalar allí.

Esos amigos confluyen, poco a poco en dos personas: Berkeley Cole y Denys Finch-Hantton. Berkeley enamorado del mar, de la conversación, de la llegada a Ngong en su coche cargado de vino (no vivía lejos) y preparado para la conversación. Un tipo que convirtió mi casa en un lugar privilegiado, un cómodo rincón del mundo.

Cuando Berkeley desapareció una triste figura hizo su entrada en el escenario desde el lado oscuro: la dure nécessité maîtresse des hommes et des dieux. Era extraño que un hombre pequeño y delgado la hubiera mantenido a raya mientras tuvo aliento. Faltaba la levadura del pan de la tierra. Había desaparecido una presencia llena de gracia, de alegría y de libertad, un factor de potencia eléctrica. Un gato se había levantado y abandonado la habitación.

Por su parte, Isak Dinesen y Denys Finch-Hantton darían origen a la granja al pie de las colinas de Ngong que, a estas alturas, es posible que algunos (la mayoría) hayamos tenido (y perdido).

24 de mayo de 2014

Y saber de su voz

Algo

que existe ahí fuera y aquí dentro y que se suele llamar mundo: ese algo está sin hacer, existe para ser inventado, aunque todo parezca indicar lo contrario.

No existe con ninguna coherencia o sentido previo (solo deberíamos experimentar eso para poder cruzar la calle). Ahí y aquí existe algo que se parece a una masa informe, construida como una torre de chatarra en un desguace: apilando coches viejos, piezas inservibles, objetos abandonados (o, tal vez, como se superponen los brotes bajo el manto del bosque). Da igual, no existe para nosotros. Lleva una vida al margen. O todo lo contrario: está tan cerca de nosotros que su vida inconexa son nuestros días inconexos, uno sobre otro y en la parte más alta el gran letrero (luminoso si hay medios) con el nombre del desguace.

Como así no se puede vivir si uno ama la calidad, entonces el mundo hay que inventarlo.

Pero inventar es muy difícil y costoso.

Contra la invención están los datos: existen como si no se pudiesen contradecir. Muestran su contundencia, tu tozudez, su falta de brillo, también de valor. Pero ganan la mayor parte de los pulsos, poseen un biceps trabajado milímetro a milímetro y cuando estamos a punto de dar el brazo a torcer, entonces emiten una especie de grito de guerra y tras ese segundo de duda ya nos han vencido.

Estos días lo he estudiado: detrás de la tristeza, del abatimiento (en distintos grados e intensidades) se encuentra la incapacidad para volar sobre los datos, la incapacidad para leerlos sin un sesgo de acero que luego nos atraviesa. Y eso vivido como algo permanente, algo que va más allá de nuestras posibilidades, que existe a nuestro pesar. Un gran desguace sobre el que es fácil ponerse de acuerdo y hasta encontrar amigos.

Porque ofrece un lugar. Y eso, en determinados momentos, ya es mucho. Y nos quedamos a vivir en él: es la casa en la que todo se confirma y en la que, si le aplicamos el humor, aparece la rumiación de mirar la dificultad alrededor, es el ¿sabes quien está muy mal? con el que ironizaba Lobo Antunes.

Cuando uno lo vive en primera persona, el lugar de la exclavitud a los datos, a algo que semeja objetivo, se parece a un sitio donde ir a morir, se parece a la ruta de quien se aparta del camino para no molestar a los que siguen animados y, en silencio, camina hasta perderse y poder llegar a un gran claro tras el que no habrá más claros.

Por todo eso el mundo hay que inventarlo. Nada está dado, nadie nos ha otorgado nada. No se debe nada (importante). Nadie nos debe nada (muy dificil). Crear algo a partir del desguace tiene que ver con establecer uniones y líneas entre lo que se desconoce entre si, es abrir las posibilidades a entender clasificaciones y relaciones que nunca nadie nos las explicó, ni nosotros mismos nos las hemos explicado cuando alardeamos de conocer cosas. Los científicos le llaman a eso categorización. Una palabra rara que no suena ni mal ni bien, cada uno tiene que buscar su traducción.

Lo que está ahi fuera y lo que está aquí dentro se parecen: existen solo para ser inventados, para saltar a través de algo que existe pero permanece invisible. Es algo muy complicado a lo que uno tiene que entregarse desde la mañana a la mañana siguiente, cruzando los sueños más profundos, las malas noticias (que de tan malas podrían ser hasta buenas noticias), cruzando los ríos y preparando exhaustivamente la prueba (sí, hay una prueba) que tendrá lugar cuando acaba el día y que tan bien describió Jorge Riechmann en un texto que una persona de la que siempre aprendo escribió en su blog:

Recordó (trajo de nuevo al corazón) Juan de Yepes: "a la noche, seréis examinados en el amor". No examinados por los libros publicados, ni por las ciudades conquistadas, ni por las amantes satisfechas, ni por las elecciones ganadas, ni por las toneladas de acero o cemento producidas, sino examinados en el amor. Esa noche no es la de ningún hipotético e indemostrable Juicio Final, sino la cotidianeidad vespertina de cada uno de nuestros días; y ese examen es el único que cuenta de verdad.

Ahora estaría bien hablar algo sobre lo que se podría entender por amor. Pero al menos sé que tiene que ver con crear algo que antes no existía en ningún lugar y que tiene poco que ver con un acuerdo conveniente, ni tan siquiera con los nombres y apellidos. Más allá de eso.

Muchas cosas están por hacer.

Ahora pienso que lo primero para poder inventar el mundo es escuchar como suena el viento. Ahora mismo.

Y saber de su voz.

6 de mayo de 2014

Mientras no viene el sueño te voy a contar tu propia historia

Una mujer joven, de pie y al lado de una ventana, en una casa vieja, sin saber adónde miran sus ojos, comienza a contarle un cuento a una mujer mayor que está sentada frente a un fuego que no se ve pero ilumina sus ojos cerrados.

El siete de Agosto de 2012 un amigo me recomendó una película de la que le habían hablado, me enviaba algunas imágenes.

Un bosque sumergido en algo que podría ser niebla, tal vez humo. Una mujer sola bajo la lluvia, cogiendo berzas, arrancando couceiros. Dos hombres ayudando a parir a una vaca. Dos mujeres haciendo una verdadera obra de teatro de Beckett en un bosque cubierto de líquenes, el fondo del océano.

Nada que decir. Sólo escuchar el viento que corre por la frontera del Couto Mixto y las voces que interpretan nuestra propia vida. Uno de los mejores retratos que conozco de una tierra situada en la raia que une Galicia con Portugal.

Al fin hoy pude ver aquella película: Arraianos, dirigida por Eloy Enciso Cachafeiro. Para mi una obra ya inolvidable.

Hace semanas terminé un libro que había comprado al inicio de 2006 y cuya lectura había abandonado en un primer intento. Pocas veces puedo decir que tras leer un libro con atención no soy capaz, al terminarlo, de contar de qué trata; como ir tras un misterio que se oscurece aún más conforme entras en sus palabras.

El bosque. La niebla y el humo. Las personas solas, ayudándose a nacer.
Los ritos.

Al Norte la montaña, al Sur el lago, al Oeste el camino, al Este el río.
escrito por László Krasnnahorkai.

Y en su primera página, en la única línea que contiene, también estaba escrita esta película (junto al resto de cualquier historia). Dice así:

Nadie lo ha visto dos veces.

4 de mayo de 2014

Un pájaro azul

Hace un rato la pantalla se apagó.
Las últimas imágenes. Su voz. 
No me lo imaginaba, solo me preparé y apreté la tecla para ver el documental Bukowski: Born into this (dirigido en 2003 por John Dullaghan), sobre el escritor Charles Bukowski.

Había decidido que tras un mes y medio esta entrada trataría de otro tema. La decisión cambió al momento.

Quien no lo haya visto (como hasta hace unas horas me ocurría) debería enfrentarse a él, atreverse a ese combate en el que no hay púgil al que enfrentarse y, sin embargo, los golpes llegan, y el sonido del público, como el de la campana, se va alejando y la luz de los ojos desapareciendo. Por momentos nos combatimos a nosotros mismos y eso no es fácil de ver. A veces, hasta exterminarnos. Pero ni eso es lo importante. Lo realmente valioso es escuchar como Bukowski, en un momento dado a punto de dejarlo todo, decidió dejar viva una pequeña llamita, diminuta, pero que fuese capaz de reavivar la hoguera (dice). Pocas veces, casi nunca, he escuchado y visto (las imágenes son importantes) la limpieza y la transparencia de una vida dura y entregada, pese a lo vivido, a nunca decir No.  

Su voz.

Cuando lee Oh, yes (Hay cosas peores que / estar solo / pero a menudo lleva décadas / darse cuenta de ello) me pareció que allí comenzaba a asomar el mundo que solo se ve en momentos de gran intimidad y valentía. Pero era solo el principio. El genio de la multitud (Cuidado con el Hombre corriente, con la Mujer corriente, Cuidado con su Amor. / Su amor es corriente, busca lo corriente, pero es un genio al odiar. / Es lo suficientemente genial al odiar como para matarte, como para matar a cualquiera. / Al no querer la soledad, al no entender la soledad intentarán destruir cualquier cosa que difiera de lo suyo).

Y Bukowski atravesando la ciudad para llevar la ropa a una lavandería.

Después vino el poema Hay un pájaro azul en mi corazón, que habría que copiar entero. Hay que aprendérselo de memoria. Pero, cerca del final, Bukowski lee su poema La ducha. Y, hasta donde recuerdo, pocos poemas sobre el amor son capaces de tejer una atmósfera tan cierta y tan desnuda, tan humana porque se le ha quitado, con minuciosidad, la cursilería y lo aprendido, incluso la imbecilidad, que es fácil ponerle a esa escena.

Bukowski y su mujer de entonces se duchan juntos luego de hacer el amor. Las palabras recorren la ternura y la desnudez. Y, al final:

Linda, tú me has traído esto,
cuando te lo lleves
hazlo lenta y suavemente
hazlo como si estuviera muriéndome en sueños en lugar de
en vida, amén


Los versos fuera de su contexto pierden parte de su energía. Por eso me apetece copiar todo el final de Hay un pájaro..., aún con el miedo de que la traducción sacada de la red no sea del todo precisa:

hay un pájaro azul en mi corazón

que quiere salir

pero soy demasiado listo, sólo le dejo salir

a veces por la noche

cuando todo el mundo duerme.

le digo ya sé que estás ahí,

no te pongas

triste.

luego lo vuelvo a introducir,


y él canta un poquito

ahí dentro, no le he dejado

morir del todo

y dormimos juntos

así

con nuestro

pacto secreto

y es tan tierno como

para hacer llorar

a un hombre, pero yo no

lloro,

¿lloras tú?